En las películas del Studio Ghibli hay algo que siempre nos toca el corazón antes incluso de darnos cuenta: la comida. Un guiso que burbujea, un bento preparado con cariño, un desayuno improvisado en medio de un mundo mágico. Cada plato aparece envuelto en una ternura que traspasa la pantalla y nos hace sentir en casa, aunque estemos viajando con brujas, espíritus o criaturas fantásticas.
En Ghibli, cocinar no es un gesto cualquiera. Es una manera de cuidar, de acompañar, de decir “estoy contigo” sin pronunciar palabra. Muchos recordamos el ramen humeante de Ponyo, el bento que Satsuki prepara en Mi vecino Totoro o ese mítico desayuno con bacon y huevos en El castillo ambulante. Platos sencillos, sí, pero tan llenos de vida que dan ganas de levantarse a buscar una sartén.
Por eso el libro Las recetas de las películas del Studio Ghibli resulta tan especial: porque recoge toda esa emoción y la trae a nuestra cocina. No pretende replicar fielmente un fotograma, sino acercarnos a esa sensación de hogar que atraviesa las películas. Cada receta es un pequeño guiño a un momento que nos marcó: un pastel que parece salido de Kiki, unos bollos al vapor como los de El viaje de Chihiro, una merienda que podría aparecer en Arrietty.
Lo bonito es que, mientras cocinas, algo de esa magia se cuela en tu propia casa. Quizá es el vapor del caldo, o la forma en la que colocas los ingredientes, o simplemente el recuerdo de una escena que te hizo sonreír. Y entonces entiendes por qué la comida es tan importante en Ghibli: porque crea puentes. Entre personajes, entre historias, entre nosotros y ellos.
Cocinar una receta del libro es, de alguna forma, volver a mirar el cine con otros ojos. Y sentarse a la mesa con Totoro, con Chihiro o con Howl sin necesidad de moverse del salón.
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