Sobre la hornilla de una cocina de Nueva Orleans cuecen a fuego lento unas judías rojas.
Es lunes por la tarde del año 1908, el día reservado para hacer la colada. Mary está tendiendo la ropa mientras su hijo juega en la habitación. Lo oye reír por la ventana y eso es lo único que le permite olvidar las dificultades del día a día. Tararea una canción, la misma que ha empezado a cantar Louis en la habitación, imaginando que ya es Mardi Gras y que desfilan músicos por el Vieux Carré.
En su cabeza no resuenan aún los primeros compases de What a wonderful world, pero se gesta en su interior la admiración por la música. Louis canta con una voz aguda e inocente a la vez que le empieza a llegar el olor de los hervores de las judías entremezclado con el olor de las sábanas limpias: de pronto, huele a hogar. Quizá no haya sido el hogar más tranquilo y perfecto del mundo, pero es el suyo, el que recordará cada vez que se lleve a la boca una cucharada de judías rojas estofadas. Con el tiempo, Louis Amstrong se jactará de que es su plato preferido, pero en el fondo, más que una preferencia, quizá fuera su magdalena de Proust.
Con el paso de los años, Louis descubre la trompeta, el instrumento que le traerá la fama, y complementa su faceta de artista con su voz magnífica, arenosa, inconfundible y nutrida con kilos y kilos de la comida de los lunes.
Ha abandonado los barrios pobres de su ciudad natal, pero lleva las judías rojas estofadas por bandera. Tanto es así, que se permite una de esas excentricidades que suelen tener los artistas y firma sus cartas con la fórmula red beans and ricely yours (atentamente, con judías rojas estofadas).
Como no podía ser de otra manera, este plato también condicionaría su vida amorosa. Se cuenta que cuando Louis Armstrong y Lucille se estaban conociendo, él le preguntó si sabía cocinar judías rojas estofadas. Al principio Lucille pensó que estaba bromeando, pero Louis nunca había estado tan serio. Lucille le respondió que aún no sabía, pero que le diera unos días para buscar la receta y aprender. Dos días después, Lucille lo invitó a comer a casa de sus padres. Nada más pasar el umbral, Louis reconoció el aroma familiar que había impregnado la casa: en la cocina hervían unas judías rojas a fuego lento.
Louis Armstrong fue un dios de la música; pero un dios que se convertía en hombre cada vez que comía uno de los platos que vincula a todos los hijos de Nueva Orleans.
En su hogar, como en todas las demás casas de la ciudad, el lunes se hacía la colada y se comían alubias rojas estofadas. Una tradición que se mantiene religiosamente en la actualidad.
El 6 de julio de 1971 Louis Amstrong fallece en Nueva York. Ese mismo día, 51 años después, se publica NOLA. La cocina de Nueva Orleans, un homenaje al buen comer de la ciudad del jazz y a todos los que tienen en su corazón un plato de cocina familiar que les conecte con su hogar.