Hay una certeza en mi vida que es inigualable, cada vez que preparo un táper para ir al campo o a la playa me lo quiero comer en cuanto pongo un pie en la excursión.
Los recuerdos de la comida de mochila y de táper, los recuerdos de comida solventada en picnic: al principio me vienen los efluvios de los emparedados de paté sabiendo a plátano porque la cercanía de un plátano maduro intoxica como si fuese plutonio enrarecido.
Luego el sudor aquel del filete empanado recién hecho y colocado en su táper, que de exudar agua se quitaba su chaqueta de rebozado y dejaba ver un exiguo filete zapatudo. ¡Qué felicidad de sol sobre los manteles a cuadros! Qué rubicunda la tortilla de chorizo bajo el sol, patata adentro. Entonces no nos lavábamos las manos y el agua caliente, como los mofletes, caía en el estómago como un bálsamo. Bajo los árboles las patatas lánguidas, mortecinas, lloriqueaban su aceite. Los bocadillos de chorizo, el chorizo infesta lo que toca, se aloja como huésped en los bolsillos de la mochila ya para siempre; la mochila y su reliquia de navaja que siempre estaba cuando no la necesitabas y cuando la requerías se había perdido en un lío de servilletas. La mochila que siempre abierta mostraba su experiencia de viajes en rotos, partículas de flores, resinas, chorizos y sudorcillo de lejanos bizcochos.
Qué felicidad de hormigas llevándose siempre su parte y cómo resonaba en todo el silencio campestre el abrir de la lata su expulsar el gas contenido. Qué sed da todavía. Qué novelería de pajita en la boca, de trébol en la boca, qué felices hemos sido en los picnics, porque los picnics llevan dentro la necesidad de ser felices, no hay otra posibilidad, no cabe, llevan la impronta salvaje del recuerdo metido en su papel de plata. Sin embargo, la vuelta de un picnic es una derrota, un agotamiento; una mochila sin peso, fofa, la navaja dando vueltas dentro, la cáscara de plátano hirviendo, la lata vacía, el dignísimo mantel es ahora trapo, desandar lo andado. Ay, qué tristeza da irse del campo, y los ingredientes haciendo su digestión en el estómago.
Irse del campo es un expulsarte del paraíso. Igual el infierno es, como dijo Borges, no saber que estamos en el paraíso.
María Eloy García