Más allá del mito de las cavernas y el mundo de las ideas, de vez en cuando Platón pensaba en comer; también lo hacía Pitágoras, Aristóteles, Epicuro y todos los filósofos que asentaron las bases del pensamiento occidental. En algún momento de sus prolíficas vidas filosóficas reflexionaron sobre la importancia de los alimentos, las virtudes –o defectos– del vino, los sabores y el placer de comer. Os desvelamos algunas curiosidades gastronómicas de los filósofos de la Grecia antigua.
El placer gastronómico es el principio y el fin de una vida feliz.
Epicuro
Los higos de Platón
A Platón no le interesaba mucho la gastronomía y, de hecho, la consideraba un tema menor. Pero por mucho que pensara en la alimentación como mera rutina, hay un alimento en concreto que no desdeñaba: los higos. Él mismo consideraba que su consumo aumentaba la inteligencia y que era el «alimento de los atletas». Se cuenta que Diógenes el Cínico aprovechó su debilidad por estos alimentos para reírse de él y de su mundo de las ideas: estaba Diógenes comiendo unos higos secos cuando apareció Platón. Diógenes le dijo que podía participar y entonces Platón se los comió. Diógenes fingió enfadarse porque le había invitado a participar en la idea de los higos, es decir, en el modelo inteligible del higo y no en su versión imperfecta y mundana.
El queso de Epicuro
El epicureísmo es una corriente filosófica de la antigua Grecia que aboga por los placeres de la vida. Sin embargo, también se han dicho muchos despropósitos sobre este pensamiento, pretendiendo que sus adeptos vivían en constantes excesos. Tan solo hace falta ver cómo se alimentaba el padre fundador de esta escuela, Epicuro, para entender que su pensamiento no iba por ese camino: se alimentaba principalmente de la fruta, verduras y hortalizas que cultivaba en El Jardín y muy de vez en cuando, comía pescado y queso. Su placer consistía en disfrutar de cada momento, estar rodeados de amigos y vivir sin miedo. Se ha conservado una carta que Epicuro envió a un amigo, en la que le pide: «Envíame un tarrito de queso a fin de que pueda darme un festín cuando se apetezca». Un tarrito de queso… ¡Hasta ahí iban sus excesos!
La copa de Pitágoras
Si bien al hablar de Pitágoras pensamos inevitablemente en su teorema, este filósofo nos dejó un interesante invento para beber vino con moderación. Se trataba de una copa con un sistema de sifón invertido: en el interior de la copa había un pequeño tubo hueco que empezaba cerca del fondo de la copa, subía por el centro de la copa hasta el «límite» y bajaba por el tallo hasta la base. Cuando se llenaba la copa por encima de la parte más alta del tubo (que marca el límite) todo el contenido de la copa se precipitaba por el orificio de la base dejándola vacía y manchando a quien pretendiera beber de ella.
Por Aurelia Duchemin