De historias inventadas sobre el origen de los alimentos.
Pensar en el origen de los alimentos es que se abra el estado de frágil fantasía, como decía Paul Valéry ¿Tenemos una idea clara del origen del queso, del yogur, de las lentejas? En principio se nos viene una idea primera de sedentarismo neolítico: estar detenido es necesario para plantar y para mantener el fuego ¿Qué paso fue primero: perder la leche y que se cuajara sin darse uno cuenta o fue intencionado? ¿Cuántos primeros catadores de bayas murieron para encontrar la grosella? ¿Quién decidió poner la primera pierna de vaca sobre una hoguera, o no fue una decisión? Por eso es muy interesante imaginar a un pastor neolítico, pongamos a un pastor de cabras, con un recipiente de leche que se le cuaja por el camino yendo a por hierbas, cuando llega a su rústica casa, pongamos que, de madera y paja, o pongamos que, a su cuevita. Entonces se da cuenta, espantado, de que la leche se le ha cortado, que no es la leche que reconoce, recién recogida. Este bonito eureka de un hombre no es el primero que se da en los inmensos y vacíos campos neolíticos, hay mucha leche que se cuaja, digamos, por error. Entonces, cuando las autorías no eran importantes, cuando aquel que probó el queso por primera vez no era más que un hombre que buscaba, que satisfacía el error con su paladar solo, no era consciente de ser el primer hombre que había probado un roquefort, era pura subsistencia. Probablemente, lo escupiera y probablemente lo recordara después: no, no estaba tan malo y, además, duraba bastante así, más que la leche. Después vendrían los intercambios comerciales, tú tienes sal y yo tengo roquefort, tú tienes garum y yo tengo púrpura y ahí empezó todo. Lo escaso y su valor, el salario y la tristeza de no tener, para la satisfacción del que tenía.
Tú tienes sal y yo tengo roquefort, tú tienes garum y yo tengo púrpura, y ahí empezó todo.
Bajo un manzano comenzó todo, recordémoslo. Según la Biblia así fue: el árbol del bien y del mal. Con un solo bocado el hombre perdió el paraíso entero, empezó la culpa y el nombre de los culpables se extendió sobre la tierra. Somos así, mejor que la culpa la tengan otros, los que primero probaron la manzana, por ejemplo. Pero sucede que las metáforas son siempre más generales que eso y vivimos bajo el manzano, con cada elección, con cada culpabilidad volvemos a ser ese adán o esa eva.
Lo que está claro es que somos los mismos neolíticos todavía: sedentes y curiosos. Voy a ver qué me he dejado en el frigorífico hoy, igual hay una subespecie comestible bajo la capa verde de la mantequilla.